Muchas enfermedades asechan a un recién nacido cuando llega al mundo, de ser un niño sin antecedentes familiares de enfermedad, la mayoría de estas enfermedades son prevenibles con algunas vacunas que ayudarán al sistema inmune a ponerse fuerte. Sin embargo existen enfermedades que van más allá de simples infecciones o microorganismos y tienen algo más que ver con las formaciones cerebrales o genéticas del niño.
El Sindrome de West o espasmos infantiles es una enfermedad que a pesar de no ser muy común, es importante aprender a tratarla y a reconocerla, ya que muchas veces se confunde con epilepsia o dolores abdominales.
Generalmente el Sindrome de West aparece entre los 3 y los 6 meses de edad, aunque en algunos casos se ha llegado a registrar hasta los dos años de edad, dejando aún más confundidos a los padres por la súbita aparición. Por otro lado, se encuentra registrado este síntoma con más frecuencia en varones que en niñas.
En muchas ocasiones, el Sindrome de West trae consigo la pérdida de algunas habilidades psicomotoras, ya que consta de contracciones repentinas de los nódulos del cuello, tronco, brazos y piernas, dificultando la realización de muchas actividades. A pesar de que la duración no es muy prolongada, (cada espasmo va aproximadamente de los 2 a los 10 segundos, a veces un poco más), puede haber una especie de desmayo en cada uno de los espasmos, haciendo peligrosa la vida diaria del niño que la padece. Pueden acompañarse también de gritos, enrojecimiento facial, muecas como sonrisas y movimientos oculares rápidos y errantes.
La causa del Sindrome de West en su mayoría viene de una lesión cerebral que bien puede ser estructural o metabólica. El diagnóstico del Sindrome de West es de alguna manera sencillo de realizar ya que no solamente se presenta en forma de espasmos, por ser una afección cerebral, ocasiona también la pérdida del contacto social y lentitud en la evolución de las demás conductas, cosa que no habrá de ser de preocuparse ya que al desaparecer el síndrome, desaparecen los demás síntomas, dejando así que el niño tenga la oportunidad de regresar a una vida completamente normal.
Existen varias maneras de diagnosticar el Sindrome de West, ya sea mediante un ultrasonido craneal o una tomografía, una resonancia magnética hasta un análisis de sangre, de orina o punción lumbar.
Es tratable por medio de fármacos y terapias, aunque también puede ser operada para que desaparezca completamente en caso de ser una lesión craneal.
Hay que estar al pendiente de nuestros hijos y en caso de observar alguno de estos síntomas llevarlo inmediatamente a un médico.