Escrito por: Mariel Hernández Maldonado
Muchas personas recuerdan su infancia como un muy bello momento de la vida en el que solamente tenían que preocuparse por comerse todo lo que estaba en el plato, dormirse antes de que llegaran las brujas y lavarse bien los dientes, es por esto que es una etapa tan añorada entre los adultos del mundo que tenemos que preocuparnos de todas las presiones que implica crecer. Pero como en todas las etapas, en la infancia hubieron ciertas cosas que siempre recordaremos con cierta tristeza.
¿Qué dice, que usted solo recuerda cosas bellas de la infancia? Hoy le traemos una serie de recuerdos que pueden recordarle que no todo fue color de rosa.
Todos teníamos esa comida que sencillamente no soportábamos, ya fueran las verduras, el hígado o el caldo, no había un momento más tortuoso que el “no te vas hasta que te lo acabes”. Pero bueno, puede pensar, habían otras distracciones como ver la tele… siempre existió el integrante de la familia que pensaba que ver televisión a la hora de la comida era de mala educación, así que la atención total se enfocaba en los pliegues de nuestro delicioso hígado encebollado.
Por supuesto que todos recordamos la sensación de despertarnos para ver los juguetes que les pedimos a los reyes, así que también recordamos ese juguete que pedíamos una navidad tras otra y llegaba en forma de nuevos calcetines o una bella chamarrita invernal. Pero si a usted siempre le trajeron lo que quería, entonces recuerda ese terrible momento en el que los reyes magos tomaron su forma real: los padres, tal vez uno de los momentos más tristes de muchas infancias.
Los papás nunca se podían esperar a regañarnos hasta llegar a la casa, la humillación pública parecía ser necesaria para dejar un mensaje grabado, claro seguida de la burla del día siguiente.
Antes, cuando los niños salíamos a jugar a la calle, era terrible que saliera la mamá porque ya era hora de meterse justo cuando el juego estaba en lo más interesante y peor aún, no hacerle caso y que saliera después armada de un jalón de orejas. Nos lo advirtió.
La hora del recreo era la más deseada en la escuela, con su respectivo contraste cuando no teníamos amigos o se enojaban con nosotros y nos dejaban de hablar, entonces contábamos los minutos para regresar al salón de clases.
Uno en particular, querido lector, era que mi mamá foliara las hojas de mis cuadernos, pues si arrancaba una para practicar mi origami, era castigo forzoso.
Todos los momentos pueden ser chistosos si los vemos desde el ángulo correcto.
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