Probablemente, una de las situaciones más frustrantes que viven los padres sea la de querer dar a los hijos lo mejor en el sentido material y no contar con los recursos para hacerlo. Si bien provoca una suerte de impotencia, también motiva a esforzarse más.
Imagina que un día cualquiera le das permiso a tu hijo para visitar la casa de uno de sus amigos después de la escuela. Al regresar, te cuenta lo mucho que se divirtió, la cantidad increíble de juguetes y la decoración tan especial que había en el cuarto de su amiguito.
Cosas como centros de juegos, figuras de acción en tamaño natural, consolas, habitaciones tematizadas hasta las cortinas y muñecas de colección son artículos de lujo que sabes, difícilmente podrías dar a tu hijo. Acto seguido, le explicas que el propósito de una habitación es, principalmente, servir al descanso y ser un lugar adecuado para estudiar, en su caso. Le explicas también que aunque no pueda tener todo lo que tienen sus amigos, tú siempre te encargarás de que su espacio sea lo más cómodo y atractivo posible y que todo cuanto hay en él ha sido construido con entusiasmo y amor.
Tu niño lo entiende, pero tú no estás conforme: a partir de entonces comienzas a pensar de qué manera hacer más agradable su lugar en casa con el presupuesto del que dispones. Finalmente, concluyes que puedes hacer de ese espacio sencillo una habitación temática inspirada en la serie de animación favorita de tu hijo.
Para ello, basta con cambiar el mobiliario de lugar y agregar unos toques de color e imaginación. Decides invertir en una colcha o edredón con los personajes de la serie en cuestión y colocar unas cortinas que conserven la paleta de colores de la caricatura. También descubres que se te daría bien hacer algunas manualidades inspiradas en la temática; por ejemplo, decorar el contenedor de basura con figuras elaboradas en foami, y que, incluso –repitiendo el truco que usaste en las cortinas– podrías pintar una mesa o escritorio de madera para completar la nueva decoración.
Una vez trazado el plan, envías a tu hijo a casa de los abuelos, y te entregas, mientras no está, a los trabajos de remodelación. Terminas exhausto (a), vas a buscarlo y cuando al fin abres la puerta del nuevo cuarto y observas su gesto de emoción, comprendes que el resultado ha compensado, por mucho, el esfuerzo.